Dios no juega a los dados con el universo; juega a un juego inefable de invención Propia, que se podría comparar, desde la perspectiva de cualquiera de los jugadores*, a verse envuelto en una versión oscura y compleja de póquer en una sala a media luz, con cartas en blanco, apuestas infinitas y un Tío que reparte sin explicar las reglas y que no para de sonreírTerry Pratchett y Neil Gaiman.
Buenos Presagios.
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